Esa voz que grita en el desierto, la voz de Juan el Bautista, quién sabía que era tan
Grande, Aquel que venía: Jesucristo, el Hijo de Dios, que no podía pasar
desapercibida su venida y nuestra espera.
Juan predicaba la conversión, un
cambio de vida, pero Juan nos enseña que todo no está ahí, podemos cambiar de
vida y convertir nuestra vida al bien y eso es bueno, pero es que aquí no queda
todo, sino que esto es el comienzo del Don que Dios nos hace. Dice Juan “Él os
bautizará con Espíritu Santo”: La misma vida de Dios viene, llega a nosotros,
desde nuestro Bautismo hemos sido colmados del Espíritu Santo, por tanto la
belleza y la vida de Dios está en
nosotros y todo comienza con su encarnación, con su nacimiento, con su vida,
con su muerte, con su resurrección y con su Espíritu santo en nosotros.
Los que somos de Dios sabemos que hay
algo especial en nosotros, que su Espíritu nos va transformando y a la vez va
dando vida a través de nosotros, nos va dando a Jesús.
Nos hemos experimentado consolados por el
Señor, justificados y salvados por EL, por eso vivimos y somos llamados a
consolar ¿Cómo? Cada uno tendrá que verlo en su vida.
Tengo que ver si mi vida pone
esperanza y consuelo para los que me rodean y de qué manera puedo hacerlo.
“Consolad, consolad a mi pueblo hablad al
corazón de Jerusalén”
Pedimos por todos los que en este mundo sufren la desesperanza y el desaliento en las circunstancias de la vida, para que puedan experimentar el consuelo y la cercanía y ver un horizonte en su vida lleno de luz y de esperanza.
Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amen.
Pedimos por todos los que en este mundo sufren la desesperanza y el desaliento en las circunstancias de la vida, para que puedan experimentar el consuelo y la cercanía y ver un horizonte en su vida lleno de luz y de esperanza.
Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amen.
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