LA NAVIDAD


“Érase una vez un niño que había estado acudiendo a la catequesis dominical durante años. Después de escuchar hablar de Dios durante tanto tiempo, decidió que había llegado el momento de buscarlo por sí mismo. Pensó que el viaje podría ser largo, por lo que tomó una vieja bolsa de gimnasia de su padre; la lleno de refrescos, cereales y comida ligera; y entonces partió, sin decir a su madre que se iba. Tenía alrededor de seis años. Pues bien, no había llegado muy lejos cuando se sintió cansado y decidió descansar un rato.
Justo allí había un parque, y atajó por la hierba para ir a un banco. Había solo otra persona en el parque, una señora muy anciana que estaba sentada en el banco. Dio un salto y se puso a su lado. Los dos estaban sentados allí y no se dijeron nada durante bastante tiempo. Entonces él se volvió hacia ella y le pregunto si tenía sed. Ella le sonrió y asintió con la cabeza. Sacó los refrescos. Los compartieron y siguieron en silencio. Entonces comieron las galletas y las barras de cereal y terminaron los refrescos. Llevaban juntos alrededor de una hora, y ella no decía nada en absoluto, solo le sonreía de vez en cuando. Él habló de su madre y su padre, de sus hermanos y hermanas, de su primer año en la escuela, de sus animales, de todo.
El tiempo pasaba y él pensó en su madre y en su casa. Se dio cuenta de que estaría furiosa con él por haberse marchado sin decídselo, por lo que decidió que debería volver a casa. Bajó del banco y tomó su bolsa vacía. Lo habían terminado todo. Se despidió de la anciana y se marcho. Dio unos pasos y se detuvo. Se dijo a sí mismo: Tiene una sonrisa tan cariñosa. Quiero verla otra vez. Dio la vuelta, se encaramó a ella, la rodeó con sus brazos, le dio un fuerte abrazo y un beso. Su cara se iluminó con una magnífica sonrisa. Él le sonrío a su vez, se marchó a su casa.
Su madre estaba esperando en la puerta, furiosa. Lo agarró y lo zarandeó. ¿Dónde has estado? Te he dicho que nunca salgas sin decírmelo. ¿Dónde has estado? Estaba muerta de preocupación.
Él la miró y sonrió de oreja a oreja. No tenías que haberte preocupado. He pasado la tarde en el parque con Dios. Su madre, atónita, se quedó momentáneamente sin hablar. Él continuó, pensativo: Sabes, nunca pensé que fuese tan anciana y tan silenciosa…y que tuviese sed.
Mientras tanto, la anciana se había levantado muy lentamente de su asiento, agarrado su bastón y marchado a casa. Su hijo, de aproximadamente cuarenta y cinco años, estaba esperándola, furioso. Madre, le dijo, ¿cuántas veces tengo que decirte que no salgas sola sin decírmelo? Te he buscado por todas partes y he estado a punto de llamar al servicio médico y a la policía otra vez. No puedes vagar por ahí. ¿Dónde has estado?
Su rostro estaba radiante. Le sonrió y dijo: No tenías que haberte preocupado. He pasado la tarde en el parque con Dios
Su hijo se quedó atónito y pensó para sí: Oh, Dios mío. Está mucho peor que antes.
Pero ella continuó, más bien pensativa: Sabes, no esperaba que fuese tan joven y tan hablador… y que le gustasen tanto los refrescos.”


Reflexión: Dios esta en medio de nosotros, en una simple sonrisa, en un gesto, en un beso, en una mirada, nuestro Dios no es lejano sino que se encarna en cada hombre y en cada mujer, ha venido a nosotros no como Rey en un maravilloso palacio, sino como un niño pequeño y tierno, en una cueva. Nosotros con pequeños detalles podemos hacer felices a las personas que viven con nosotros, a las personas que se acercan a nosotros. Seamos transmisores de vida, de ilusion, de paz, de amor, de felicidad, no busquemos grandes cosas, empecemos por lo pequeño y no dejemos de mirar a ese Dios que se hace un niño para que lo podamos tocar y besar.

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